El centro, un edificio de ladrillo de cuatro plantas y con un patio delantero, se encontraba a un par de manzanas de nuestra casa de Euclid Avenue. Me gustó el colegio desde el primer momento. Me caía bien la profesora, una pequeña mujer blanca llamada señora Burroughs, que a mí me parecía viejísima. El aula contaba con grandes ventanales soleados, una colección de muñecas para jugar y una gigantesca casita de cartón al fondo. Mi capacidad para leer me aportaba seguridad. En casa había trabajado afanosamente con los libros de Dick y Jane, cortesía del carnet de la biblioteca de mi madre, y me complació oír que nuestra primera tarea como alumnos de preescolar sería aprender a leer palabras nuevas a golpe de vista.
Mido seis pies y peso ochenta y un kilos como los cowboys de Marcial Lafuente Estefanía , tengo luceros negros y hundidos como agujeros de escopeta a punto de disparar, la boca sensual y una verga de 25 centímetros en los días calurosos. No soy eyaculador precoz ni piso tener mal aliento, me gusta cortarme las uñas hasta hacerlas sangrar, tengo huellas de acné en la cara y el culo, unos dientes fuertes y el olor natural de mi piel es fascinante. Para la eficiente e inolvidable sacudida que toda madama sueña, soy el tipo indicado. Todavía me destaco bebiendo. No sé bailotear ni cantar, pero si los que saben hacer esas cosas pudieran hacerlo como yo, estarían en la ápice.
El negocio de la prostitución se ha disparado con la crisis económica. Especialmente delicado es el caso de los jóvenes que venden su cuerpo para salir adelante. Hay que tener una formación», dice. Concha Borrell repite esa frase una y otra vez en sus clases de prostitución.
Masajes de calidad. Un punto. De encuentro para los amantes de un buen amasamiento laboral. Amasamiento de cuerpo.